domingo, 10 de junio de 2012

CORPUS CHRISTI


Historia de la Solemnidad del Corpus Christi
A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un movimiento eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la exposición y bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la consagración en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.
Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta fiesta. La santa había nacido cerca de Lieja en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.
Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber sido intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.  Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV.
El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera al año siguiente; al mismo tiempo el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto se conserva, junto con algunas partes del oficio.
Mons. Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.
El Papa Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales (paño donde se apoya el pan y el vino durante la Misa) en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.
El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.
Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio, la liturgia de las horas, a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.
La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. En 1317 se promulga una recopilación de leyes, por Juan XXII, y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV. La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Estrasburgo en 1316. En Inglaterra fue introducida desde Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.
En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
Finalmente, el Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Sin embargo, Daroca, una pequeña ciudad aragonesa, se considera la primera población española y del mundo que estableció una fiesta pública en honor del Santísimo Sacramento. Antes de que, desde el Mont Cornillón, de Lieja, se pida la fiesta del Corpus; antes del milagro de Orvieto, Daroca celebraba ya su fiesta eucarística con extraordinaria solemnidad, trasladando procesionalmente los Santos Corporales fuera de sus murallas y mostrándolos a los peregrinos desde la Torreta, extramuros, sobre la que predicó San Vicente Ferrer.
El milagro sucedió en 1239, cuando las tropas cristianas de las comunidades de Daroca, Teruel y Calatayud, bajo el mando del general Berenguer de Entenza, se disponían a conquistar el castillo de Chío, en poder de los árabes, a 17 kilómetros de Játiva.
Antes de la batalla, el capellán, don Mateo Martínez, rector de la parroquia de San Cristóbal de Daroca, celebró Misa, consagrando seis Formas más para la comunión de los capitanes de los tercios, e inmediatamente después de la consagración se desencadenó un repentino ataque de los moriscos, que obligó a todos a dejar el sacrificio para enfrentarse con el enemigo, y al capellán, después de comulgar, ocultó las seis Formas, envueltas en los corporales, bajo unas piedras, para evitar que pudieran ser profanadas. El ataque fue superado por los aragoneses. Y al querer el sacerdote rescatar las Formas ocultas en el pedregal, las encontró tintas en sangre y pegadas a los corporales.
Patente milagro sirvió de estímulo a las tropas cristianas que, llevando como bandera los Santos Corporales, obtuvieron sobre los enemigos decisiva victoria.
Sólo que, enfervorecidos los capitanes y codiciosos de que en los lugares de su origen se guardase la preciosa reliquia, tuvieron que echar a suerte su destino por tres veces, correspondiendo las tres a Daroca; mas, estando disconformes, se decidió, por el general Berenguer de Entenza, que fueran cargados sobre una mula, abandonando a su instinto la decisión divina y dando por bueno el lugar donde la bestia se detuviera. La mula cruzó de largo Teruel, seguida por el séquito procesional para llegar, después de cincuenta leguas de andadura, a las cercanías de Daroca, por cuyas puertas entró hasta detenerse en el entonces hospital de San Marcos. En este momento, aquel 7 de marzo de 1239, dobló las rodillas y cayó muerta, dejando para Daroca el inapreciable tesoro y el singular favor de la guarda de la Preciosísima Sangre de Cristo.
En 1261, diputados especiales por Daroca y el Cabildo, acudieron a Roma a fin de informar al Papa Urbano IV sobre el milagro, siendo introductores de los síndicos los doctores San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, los cuales inclinaron el ánimo del Pontífice a declarar la solemne fiesta del Corpus. En 1344 el Papa Eugenio IV concedió la celebración del año jubilar cada decenio, para conmemorarlo.
Siendo Papa Sixto IV, que había suspendido las indulgencias de la cristiandad por las Cruzadas, firmó la bula Agni Inmaculati, en 1473, por la que se establece la norma definitiva de los años jubilares darocenses. (Escrito de D. Jose Antonio Parra)